El ejecutivo
Thomas M. Disch
Martínez Roca
The Businessman
1984

1994
Traducción M
aría José Rodellar
263 páginas
Ilustración Mónica Pasamón

Desde mi ligero desconocimiento del género de terror, hay algo que siempre he echado en falta en las creaciones de los autores más reconocidos de los últimos años: sentido del humor. Salvo los relatos de Clive Barker de Los libros sangrientos, en los que siempre estaba presente una ironía ciertamente macabra, y algunos ejemplos aislados que nunca llegaban a sobrepasar una extensión apreciable de la novela en la que estaban inmersos, tanto Stephen King, como Peter Straub, Ramsey Campbell o cualquier otro "gran" autor siempre se han tomado sus historias demasiado en serio. Mortalmente en serio. Por eso en su momento me sorprendió encontrar una novela como ésta, destilando "gracia" por los cuatro costados y que se constituye como una fantasía oscura repleta de humor. Esta sorpresa es todavía mayor si se considera que los libros anteriores de Disch caían en un tono triste y desesperanzado muy meditado. Sin embargo, en esta primera incursión en el terreno del terror, da salida a un gusto por lo bizarro espeluznante y convierte el argumento en una sátira despiadada contra una serie de elementos, a los que golpea con inteligencia y mordacidad.

El ejecutivo se enmarca dentro de una serie de libros independientes con claros tintes autobiográficos que comparten una ambientación similar, su Minnesota natal, y donde lo sobrenatural se mezcla con lo cotidiano de muy diversas maneras. Su protagonista es Bob Glandier, un voluminoso ejecutivo de 41 años que gracias a su experiencia empresarial ha desarrollado una inteligencia salvaje libre de escrúpulos y que acaba de asesinar en un crimen perfecto a Giselle, su esposa. Pero ésta, lejos de morir, no abandona este mundo sino que, después de un tiempo ligada a su antiguo cuerpo, se convierte en una figura incorpórea obligada a seguir a su marido, atormentándole por el crimen que cometió. Aunque pudiera parecer que este estado es un pequeño remanso de paz, termina siendo una inmensa tortura; no puede escapar de él, y sufre una desgracia todavía mayor y completamente inesperada. Queda encinta de un hijo que acabará tornándose en un huracán destructivo de imprevisibles consecuencias.

 El plantel que presenta Disch en su novela es variopinto. A parte de la cándida Giselle tenemos a su hermano homosexual, que trabaja como lector en un Bingo en Las Vegas; su madre, una enferma de cáncer inconsciente de los padecimientos de su hija y que al morir toma la forma de una escultura de la virgen María; el fantasma del malhadado poeta John Berryman, vagando por las calles de Minneapolis y ansioso por echar un trago desde que se suicidase una decena de años antes; Adah Menken, iniciadora de los recién muertos a los mecanismos de la otra vida y que es recordada únicamente por un número circense que realizaba a comienzos del Siglo XX;... Pero el núcleo central es la figura de Glandier, al que Disch retrata sin paños calientes, como un cruel misógino y un inadaptado cuyo único placer reside en comer, ver la tele y leer las infumables novelas de John Norman.

El ambiente y las situaciones que se dibujan son coloristas y en muchos momentos rozan lo estrambótico, a veces más de lo necesario. Sin embargo, como en las buenas sátiras, todos los elementos se utilizan con inteligencia sin caer nunca en el ridículo. Su diana más nítida es el catolicismo de tres al cuarto que el propio autor experimentó cuando era un niño en un colegio de Minnesota, al que pone de vuelta y media en todo el transcurso de la novela, con situaciones ciertamente divertidas como la comparación que se realiza entre Lourdes y Las Vegas (a donde acuden todos los creyentes en busca de una suerte que repare sus vidas), la monja que recomienda a la enferma de cáncer que utilice marihuana para aliviar su malestar, las apariciones marianas que tiene Giselle cuando su madre contacta con ella o esas escaleras hacia el cielo situadas en unos grandes almacenes.

Disch crea todas estas visiones utilizando las palabras como un artesano, huyendo de lo rutinario y buscando siempre la forma de dotar de una belleza única a cada párrafo. Y doy fe que lo consigue; pocas novelas de terror se puede decir que están tan cuidadosamente escritas como ésta. Pero lo mejor de todo está en el propio ritmo de la historia, construida a partir de pequeños capítulos de tres o cuatro páginas que ayudan a convertir El ejecutivo en una montaña rusa de situaciones macabras donde se reconcilian de manera majestuosa el horror y el humor. Especialmente al final, cuando la justicia poética y la injusticia del orden natural de las cosas se dan la mano para mostrarnos cuán dura se muestra la vida. Tal y como es.

© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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