Madre noche 
Kurt Vonnegut
Plaza & Janés
Mother night
1962

Septiembre de 1994
Traducción de J. C. Guiral
247 páginas
Ilustración R. B. Kitaj

Éste es el único de los relatos cuya moraleja conozco. No creo que sea una moraleja extraordinaria. Sólo que en esta ocasión sé cuál es: somos lo que aparentamos ser, así que debemos tener cuidado con lo que aparentamos ser.

Estas son las líneas con las que Kurt Vonnegut abre Madre noche, tan sincera y corrosiva como el resto de sus obras. Dicha afirmación resulta ciertamente desconcertante ya que todas sus novelas tienen más de una moraleja, eso sí nunca formulada, siempre implícita. Por ejemplo Las sirenas de Titán es una historia que intenta demostrar la absoluta carencia de sentido que tiene todo lo que ocurre en el mundo. Quizás en este caso sí que haya querido formular él mismo uno de los análisis que tiene y así desactivar cualquier lectura maliciosa de los asuntos que va desarrollando a lo largo de Madre noche. Porque esta obra trata un tema bastante peliagudo, el nazismo, desde una perspectiva cínica y divertida que choca bastante con la idiotez tan de moda hoy de lo políticamente correcto.

Para poner en situación al personal, es obligatorio recordar que Vonnegut sirvió como soldado raso en el ejército estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial y fue capturado por los alemanes. Como el resto de los soldados sin graduación tuvo que trabajar para ganarse el sustento, siendo destinado a un matadero situado a las afueras de Dresde poco antes de uno de los hechos más crueles de la historia de la humanidad. El bombardeo de la ciudad el 13 de Febrero de 1945 con el único fin de golpear al enemigo sin importar la nula relevancia táctica de la acción. El resultado fue de 120000 personas carbonizadas entre las ruinas de la ciudad. Vonnegut sobrevivió y desde entonces se ha convertido en algo así como la conciencia crítica del siglo veinte, escribiendo algunos de los libros más corrosivos que se recuerdan, como Cuna de gato, El almuerzo de los campeones o Galápagos.

Pero esta no es la novela en la que Vonnegut trató de sacudirse ese acontecimiento. Dejó el bombardeo para Matadero cinco. Aquí liberó sus certeras garras sobre el nazismo, tema nunca tratado como aquí se hace. Hasta Madre noche (y después) cualquiera que ha intentado abordar esta lacra desde una perspectiva más o menos humorística lo ha hecho a través de la burda parodia, en la mayoría de las ocasiones de trazo grueso y perdiendo en las formas el poder crítico de la parodia. Pero Vonnegut es un cínico redomado que conoce tanto el tema como los entresijos de la condición humana de primera mano. Y utiliza su visión única del mundo para abordar el tema, a medio camino entre la tragedia y la comedia absurda.

Madre noche son las memorias de Howard Campbell, nacido en los EE.UU., emigrado a Alemania  y convertido en una de las figuras más importantes del nazismo, donde radiaba incendiarias proclamas en favor del fascismo y en contra de la participación de los americanos en la guerra. Pero sólo tres personas conocían la labor de Campbell como agente doble que ayudó a ganar la guerra, pasando durante su diaria locución vital información para la causa aliada. Una vez terminada la guerra, perseguido por la opinión pública y por el estado de Israel, se ocultó en los EE.UU. hasta que se entregó para ser juzgado. 

Resulta curioso ver como Campbell acaba preso de la moraleja que citaba al principio. Por un lado ayudaba a ganar la guerra mientras que por el otro se convertía en una de las armas más poderosas del tercer Reitch. Los ciudadanos alemanes (como su propio suegro dice) le escuchaban porque les convencía que su sociedad no se había vuelto loca de remate. Aun siendo intrínsecamente apolítico, desempeñó tan bien el doble juego que nadie realmente sospechó de lo que estaba haciendo. Terminó siendo lo que aparentaba ser.

El vapuleado pelele que acaba siendo Campbell le permite a Vonnegut presentar los diferentes rostros del nazismo, desde las altas esferas del gobierno Alemán, la simple ciudadanía, el esperpéntico ejército nazi o los fascistas del otro lado del charco. Esos personajes con los que se encuentra y que rozan lo delirante, a los que con su certero y afilado verbo va perfilando fielmente como muestras de una ideología absurda que pervirtió la condición humana hasta extremos envilecedores. Eso sí, la comicidad de ciertas escenas es abrumadora. En especial cabe recordar el grupo capitaneado por Lionel Jason David Jones, editor del Miliciano Blanco Cristiano y reconocido filonazi que es acompañado a todas partes por un exSS, un cura católico y un negro, supuesto Führer Negro de Harlem.

Pero además la novela es un brillante alegato contra la sinrazón de la guerra y de los totalitarismos. Como el propio autor acertadamente dice al final, no hay nada peor que aquel que lucha contra el mal por el mero hecho del placer de la lucha; del odio sin ningún tipo de restricción del que lucha con dios a su lado, sin importarle realmente la relevancia de sus actos

Por último, me parece inevitable terminar esta reseña con otra cita de este autor, que atesora la rara habilidad de comunicar lo que todo el mundo piensa pero no se atreve a decir e, incluso, niega que se le pase por la cabeza. ¿Realmente se puede juzgar a los simples ciudadanos alemanes por no detener la barbarie que estaban cometiendo sus dirigentes (y ellos por extensión):

Si hubiese nacido en Alemania, supongo que habría sido nazi, habría liquidado a judíos y gitanos y polacos, habría dejado botas sobresaliendo de montículos de nieve y me habría reconfortado con mis propias entrañas, secretamente virtuosas. Así suele suceder.

cosa que cualquiera con tres dedos de frente puede ver pero nadie dice.

© Ignacio Illarregui Gárate 2001
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