Aegypto
John Crowley
Minotauro
Aegypt
1987
Historia secreta del mundo I

Diciembre de 1990
Traducción Matilde Horne
450
páginas

No soy un lector con una buena memoria. Cuando se va a publicar un nuevo libro de una serie de la que no tengo escrito nada en esta página tengo por costumbre recuperar los anteriores y releerlos. De esa manera soy capaz de unir de una forma más apropiada todos los hilos de la trama que el tiempo borró de mi memoria. Sin embargo tal necesidad se convierte en un imperativo si, como es el caso, la trama está repleta de lecturas escondidas esperando a ser encontradas.

Así que aprovechando que Minotauro acaba de publicar el tercer volumen de los cuatro que van a componer La Historia Secreta del Mundo me he enfrascado en la recuperación de los dos anteriores, porque esta gran novela fragmentada en cuatro partes es tan ambiciosa que provoca pavor. Si de Pequeño, Grande ya intimidaban sus más de 800 páginas de extensión y su riqueza temática, en Aegypto comienza una empresa de una envergadura todavía mayor de la que poco se puede decir al faltar todavía un volumen para tener la obra completa.

Su corazón es una tesis extraña, aparentemente absurda, muy complicada de definir, especialmente si se le quiere hacer justicia. El pasado del mundo no es tal y como ahora lo conocemos sino que, en algún momento, la realidad cambió hacia lo que ahora es, quedando pequeñas trazas de aquella existencia en ciertos monumentos o textos que es necesario reinterpretar para descubrir cómo fueron las cosas. El principal paradigma de esto es Aegypto, un onírico país con una historia propia semejante a la del Egipto que conocemos pero distinta, con unos símbolos, monumentos, religión muy parecidos pero con un contenido y significado diferentes. En su búsqueda parte Pierre Moffet, un fracasado profesor de historia obsesionado desde su adolescencia con esa presencia y que después de una serie de casualidades un tanto causales ha encontrado los arrestos para embarcarse en esta aventura.

Entre este cúmulo de azares que no son tal está el descubrimiento de una obra inédita de Fellowes Kraft, autor originario de la imaginaria región de las Colinas Lejanas donde se sitúa la narración, famoso por sus novelas sobre dos personajes históricos del Renacimiento, el filósofo cristiano Giordano Bruno y el alquimista John Dee, médico de Isabel I de Inglaterra. En un giro aparentemente imposible, Kraft comienza esa novela, presente en Aegypto como una historia imbricada dentro de la historia general, con un prólogo que recoge las mismas ideas que Moffet cree suyas, situando la acción en un mundo que es el nuestro pero donde lo magia está inextricablemente unido a lo real. De esta manera se establece un juego de narración dentro de la narración cuyas consecuencias apenas se entrevén.

Lo más fascinante está en la propia propuesta. En esa realidad que ya no es, la astrología, tan depauperada hoy en día, jugaba el papel de una ciencia verdadera, capaz de aportar auténtico conocimiento al ser humano. De hecho los cuatro libros están estructurados entorno a doce grandes capítulos (3 por cada uno) siguiendo los nombres de las olvidadas casas del zodiaco, que no tienen nada que ver con los signos que pueblan hoy en día nuestros periódicos, y que van a ir marcando el desarrollo de los personajes y sus vidas como si fuese una carta astral de la que no pueden escapar.

La principal fuente de la que se ha nutrido Crowley para escribir esta Historia Secreta del Mundo es la tradición hermética, que tuvo capital importancia durante el Renacimiento y que afectó en mayor o menor medida a todos los grandes pensadores de la época, pudiéndose afirmar que todo lo que aquí se encuentra está sacado directamente de ella. Así, por ejemplo, siguiendo uno de los axiomas más claros de esta "doctrina", todos los personajes están obsesionados por encontrar un sentido a sus vidas y comprender por qué las cosas ocurren de una determinada manera. Pero lejos de recordarnos la imposibilidad de esto (como a alguien como Stanislaw Lem le hubiese encantado remarcar), en todo momento se muestran positivos ante esta empresa. De hecho, en un momento del libro, el universo se compara con una caja de caudales provista de una cerradura con combinación, que se encuentra encerrada en nuestro interior y las historias que tejemos. Y analizándonos nosotros mismos y lo que hacemos, podemos llegar abrirla y alcanzar el conocimiento que se encuentra allí.

Unida a esta búsqueda, Crowley presenta una hermosa estampa costumbrista construida en torno a Moffet y todos los personajes con los que convive en Las Colinas Lejanas, en la que el esoterismo tiñe levemente sus existencias y el ritmo de los acontecimientos tiene el  pausado matiz de la vida en el campo. Una faceta capital en este cuadro son las relaciones sentimentales que se tejen entre ellos, que sacuden sus vidas de un modo inesperado y que, al igual que ciertos acontecimientos, pueden parecer un poco traídas por los pelos o ser excesivamente casuales. No obstante esto no es más que una manifestación externa de la idea hermética de la interconectividad, que propugnaba la total conexión entre todos los elementos que forman el universo; de ahí que lo improbable sea tan posible como lo probable.

Y a pesar de que la estructura que plantea para desarrollar la novela no parece la mejor posible, al poderse encontrar dispersas redundancias que lejos de ahondar en su premisa se limitan a circunvalarla, y la total carencia de un ritmo uniforme, resulta inevitable rendirse ante el desbordante caudal de inteligencia y virtuosismo literario que se despliega. Presente no sólo en la concepción de la novela como un texto hermético que es necesario observar con detenimiento para hallar su sentido interno, sino también por el alarde narrativo en el que se convierte a medida que se van desplegando las diversas caras del complejo poliedro que resulta ser la trama; todas necesarias, nunca gratuitas.

Como mero apunte personal, la más atractiva para el lego en la materia es la de Giordano Bruno, cuyo arte de la memoria (el sistema que tenía para almacenar los sitios y acontecimientos) es explicitado no sólo con la precisión de un relojero sino con la nitidez que sólo un gran divulgador es capaz, y que ésta ligada al colorista método que utiliza Moffet para memorizar sus conocimientos históricos, con un sistema más instintivo que el de Bruno pero sin duda análogo. Y es que, como decía antes, las conexiones que se pueden establecer entre cada personaje son interminables.

El gran delito de Aegypto y sus continuaciones está en la concepción de La Novela de la que forma parte y su manera de realizarla. Después de su lectura hubo que esperar más de cinco años para poder leer Amor y sueño, la segunda parte. Y no ha sido hasta hace un mes cuando ha aparecido la tercera, Daemonomanía. Prácticamente el mismo lapso que tuvieron que esperar los lectores angloparlantes para seguir la historia. Y tendremos que esperar tres o cuatro años más para poder leer el último volumen y descubrir cuál ha sido el sentido de este viaje. Mucho más tiempo del tolerable para apreciar la obra en su justa medida, aun cuando las relecturas a las que obligan estas discontinuidades sean agradables y ayuden a una mayor comprensión de lo que en ellas se cuentan (como es el caso).

Pero es algo fácil de soslayar. Aegypto es un libro altamente recomendable, un juego borginano sobre el ser humano y la necesidad de comprender lo que nos rodea. Pocos escritores hay que dominen como Crowley el arte de la sugerencia y la evocación para transformar nuestro mundo en puro realismo mágico.

© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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