Los que pecan
Fritz Leiber
Colihue
The sinful ones
1953
Abril de 2003
Traducción Luis Pestarini
254 páginas
Ilustración
María Wernicke

El comienzo de esta novela es una experiencia genuina. Acerca de forma muy verosímil la tremenda sensación de desconcierto de aquél que descubre que el mundo no es tan sencillo como creía; en particular ese juego tan común en la literatura fantástica de "hay otra realidad detrás de esta realidad", ese recurrente plano en contacto con el nuestro al que sólo unos pocos "privilegiados" pueden acceder y en el que las normas del nuestro no son del todo aplicables. Quizás no está a la altura de lo que tres décadas más tarde conseguiría el propio Leiber en Nuestra señora de las tinieblas, mucho más refinada. Pero no cabe duda que este Los que pecan tiene suficientes elementos de interés como para que sea sonrojante que, habiéndose publicado historias de fantasía urbana o de terror tan malas como las aparecidas en algunas colecciones temáticas, estuviese inédita hasta ahora.

Y eso que como novela tiene asuntos que no terminan de cuadrar, caso de unas cuantas escenas de porno light, introducidas por el editor en los años 50 antes de su publicación, y que resulta increíble no cambiase cuando tuvo la oportunidad de corregir el desaguisado. No son dignas de su peculiar manera de narrar, completamente alejada de la chabacanería que aquí se observa. Lo mismo se puede decir de varias incongruencias de fondo que fuerzan demasiado la credibilidad del funcionamiento del mundo, o la necesidad de acudir a un Deus ex machina brutal para sacar a los protagonistas del embrollo en que se han metido. Ambos aspectos dejan entrever una cierta falta de recursos, por otro lado razonable. Estamos ante su segunda novela y todavía estaba lejos de clavar una narración en esta extensión. Algo que, pensando en su colección de los años 40 Espectros de la noche, también le ocurría con los relatos.

No obstante el resto bien merece un aplauso, especialmente encendido en su aproximación a la parte fantástica. Esta constituye una vibrante metáfora del sentimiento de alienación, tan de moda en la literatura del siglo XX, y la necesidad de liberación que experimenta aquél que se ve como un engranaje más en una máquina que no controla y de la que no puede escapar. Así se siente Carr Mackay, un hombre hastiado de su rutina cotidiana, enamorado de una mujer que sólo quiere utilizarlo, inmerso en un trabajo despersonalizado y carente de emociones, al que una desconocida cambia de arriba abajo, introduciendo la consabida piedrecilla necesaria para sacarle de su posición, permitiéndole observar lo que le rodea desde una nueva perspectiva.

El automatismo en que vivía sumido, la escasa importancia que tiene en nuestro sistema el individuo, cuya pérdida apenas es notada por los que le rodean (¡ah! ¡La vida sigue!), la necesidad de transgredir alguna frontera, cumplir alguna fantasía oculta,... son sensaciones que va descubriendo a lo largo de la trama mientras reacciona como un ser humano ante los cambios. Con su errático comportamiento, dubitativo y un tanto veleta, Carr Macklay experimenta el conocido miedo a esa libertad que va descubriendo, siendo origen de una serie de pensamientos interesantes que en algún momento desembocan en un solipsismo embriagador.

Como acicate, son de obligada cita sus los habituales y encantadores guiños marca de la casa, fruto de sus protagonistas situados en un contexto que no les comprende, la presencia de esos inefables gatos que terminan salvando el día, las omnipresentes sesiones de teatro, los habituales toques Shakespearianos, o las características partidas de ajedrez, una de las grandes pasiones del autor y que otra vez se terminan colando en la historia.

Antes de terminar es de justicia felicitar a Elvio E. Gandolfo, director de la colección, por su excelente labor en pro de recuperar este pequeño clásico, vedado a los hispanohablantes que no dominasen el idioma de Shakespeare. La edición presentada es más que correcta, aunque el uso de determinados localismos resulte para el lector español un tanto "extraña", cosa que ya me ocurrió con el anterior libro de la colección que cayó en mis manos: La mente alien de Philip K. Dick. Supongo que la misma extrañeza que deben levantar allí las traducciones que aquí se realizan.

Costará encontrarla aquí en España; sólo se vende en un par de librerías especializadas. Pero es de lo más recomendable que se ha publicado en los últimos tiempos en el género.

© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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