Rihla
Juan Miguel Aguilera
Minotauro
2003
Septiembre
de 2004
417 páginas
Ilustración OPALWORKS

En los últimos veinticinco años los autores de literatura fantástica que han surgido del interior del fandom como Rafael Marín, Rodolfo Martínez, Javier Negrete, César Mallorquí, Elia Barceló, León Arsenal,... se están diversificando. Mayormente, comenzaron escribiendo historias encuadrables como ciencia ficción y, fruto de un proceso enriquecedor derivado de su "maduración" o, por qué negarlo, la necesaria búsqueda de lectores, se han ido alejando de ella para penetrar en otros terrenos más o menos relacionados. Uno de los casos más llamativos ha sido el de Juan Miguel Aguilera.

De ser un autor que cultivaba una novela de aventuras con una ostensible componente hard (esa ciencia ficción que cuida al máximo el componente físico, matemático, ingenieril,... de la narración) ha pasado a trabajar básicamente el primer aspecto, limitando mucho el segundo ingrediente. Eso no quiere decir que se haya olvidado por completo del tema. Ha pasado a un plano secundario en pro de otros como la verosimilitud histórica, un pulso narrativo firme, una ambientación más accesible y sugestiva, la construcción de personajes cada vez más sólidos, ... lo que le ha permitido llegar a un público más amplio al que sus peripecias futurísticas, escritas en su mayor parte en colaboración con Javier Redal, le estaban vedadas por el evidente esfuerzo que exigían. Una mutación que le está brindando merecidos éxitos.

Con Rihla, su última novela, publicada en el 2003 en Francia y hace unos meses por Minotauro, Aguilera vuelve a embarcarse, como en La locura de Dios, en un viaje ucrónico por tierras recónditas e ignotas. Siete años antes de que Colón inicie su empresa en busca de las Indias Orientales, un variopinto grupo de musulmanes parte en la misma dirección. A su cabeza va Lisán al-Aysar, faquih (erudito) del Reino de Granada que ha encontrado y descifrado unas arcaicas planchas de plomo donde se relata una singladura llevada a cabo por antiguos minoicos en pos de un lejano continente situado al oeste, más allá de las columnas de Hércules. De sus vivencias surge esta rihla, crónica de los acontecimientos vividos por su accidentada expedición, que, como buena novela de aventuras, fluye con franqueza y aplomo de la primera a la última página.

Lo primero que se aprecia durante su lectura es un más que adecuado trabajo con los escenarios, lo que propicia una pronta inmersión en la narración. Más allá de nombres o hechos fáciles de situar (el Reino de Granada está viviendo de prestado ante su final; fuertes disensiones en las clases nobles debilitan el reino; falta de ayuda desde el Norte de África; lucha entre Génova y Venecia por el comercio en el Mediterráneo; ¿es Cristobal Colón el que intenta aprovecharse del protagonista?;...), se gana al lector con un vívido paseo por el mercado de Granada, sendas visitas a centros de poder de la época, como la Alhambra o la ciudad de Génova, o la preparación del viaje; vibrantes puertas de acceso hacia ese mundo en plena encrucijada, tanto por lo que va a concluir (presencia musulmana en España) como lo que va a comenzar (colonización de América)

Éste tratamiento propio de una novela histórica está aderezado con oportunas pinceladas fantásticas que le proporcionan características adicionales y un enigmático halo. Desde las primeras páginas sabemos que la sede del poder minoico, Thera (la Atlántida más probable), fue destruida. Pero en vez de la erupción volcánica que tenemos en mente, en Rihla el tiro de gracia fue propiciado por un pequeño cometa que cayó justo sobre ella. Obviamente tal casualidad tiene detrás una causalidad desconocida que es necesario traer a la luz. Asimismo, por lo que se intuye del barco que escapa a la catástrofe, parece que hay "magia" en acción y una tecnología más avanzada que la propia de la época. Elementos que irán ganando envergadura cuando se arribe a las costas del nuevo continente.

Nuevo continente en cuyas playas se establece contacto con el perturbador e inclemente mundo de los indígenas centroamericanos; visto desde ojos ajenos a dicha realidad la descripción de los sangrientos rituales mexica o las automutilaciones a las que se sometían los mayas, su querencia por la sangre, su decadente visión del universo,... son angustiosas, degeneradas y absurdas. Otro tanto de lo mismo se puede decir de sus conductas, con un extraño código de honor que para las "civilizadas" mentes llegadas de oriente supone una comunicación con una sociedad casi alienígena... de la que, curiosamente, van de la mano. El destino del pueblo maya y, más tarde, de los mexica, recuerda al del granadino musulmán; perecerán bajo el empuje de unas hordas de conquistadores insaciables.

Volviendo al asunto del "contacto", es en estos pasajes de encuentro con el otro donde el ritmo se torna parcialmente moroso y tardan en desencadenarse acciones capitales, pero también donde el juego de sugerencias que se establece resulta más potente. Las escenas que rodean al sacrificio (que recuerdan a las vividas por Ramón Llull entre los hunos de La locura) o la experiencia lisérgica de Lisán al-Aysar al ingerir un hongo alucinógeno se desarrollan con parsimonia. Algo disculpable al sumergir la trama en una atmósfera opresiva y que da pie a hechos muy conseguidos como cuando nuestro sabio renacentista vislumbra el pasado de nuestro planeta.

Otro punto a favor de la novela está en cómo imbrica la Historia con la más pura ficción, ya sea creada por otros autores, como ocurre con cierto personaje que, en cuanto se revela su pasado, hará sonreír a cualquiera, o por el propio Aguilera, exprofeso para Rihla o sus anteriores novelas. La relación que se establece con las ideas vistas en El refugio o La locura de Dios son evidentes, aunque no es necesario haber leído ninguna de ellas para disfrutarla en todo su esplendor. Es "sólo" un contenido adicional que agradará a los lectores que le hayan seguido durante estas novelas (aunque los detalles novedosos sean escasos).

No es menos cierto que hay factores que no terminan de funcionar como debieran. La historia de amor, aunque bien llevada, se antoja un tanto impostada; hay personajes como Baba el mameluco que, a pesar de su papel fundamental, una vez definidos apenas aparecen más que en dos o tres momentos puntuales; determinados sucesos no parecen tener una función clara más allá de dar ambiente (el encuentro con los genoveses, la violenta tormenta); la trama en algunos instantes llega a ser casi la misma que en La locura (aunque Rihla tiene voz propia);... Pero lo "peor" quizás está en que, al concluir, hay múltiples hechos que quedan sin explicación, con un aire de sobrenaturalidad demasiado abierto que, en mi caso, por meros prejuicios sobre lo que esperaba, me han dejado un regustillo pelín amargo.

Realmente lo peor de Rihla está en la cuestionable decisión editorial de publicarla en tapa blanda. Esta novela urgía una tapa dura y un gramaje de papel superior, tal y como ocurrió hace año y medio con uno de los (inesperados) éxitos de la nueva Minotauro, La espada de fuego de Javier Negrete. Supongo que cuando tiraron el dado para determinar el tipo de edición sacaron un número entre el uno y el cinco, y no el seis que, por ejemplo, le tocó al último Priest (afortunados él y sus lectores). Eso sí, al menos le han dejado conservar el título, igual de críptico que La separación o Uke (novela de Elia Barceló que terminó llamándose El contrincante). Afortunadamente ha logrado mantenerse ante los arrolladores vientos del pongamos uno más sencillito y menos "oblicuo" que después los compradores no cogen el libro porque no entienden de qué va.

Pero estos detalles más que subjetivos no empañan la realidad que se atisba en Rihla. Una gozosa novela de aventuras en paisaje exótico que depara una lectura atenta y llena de sabor.

© Ignacio Illarregui Gárate 2005
Este texto no puede reproducirse sin permiso.