El torreón del cosmonauta
Ken MacLeod
La Factoría de Ideas

Cosmonaut Keep
2000

2002
Traducción de
Manuel de los Reyes
329 páginas
Ilustración Stephan Martiniere

Las novelas que se desarrollan en un ambiente diferente al nuestro y nos sumergen en su argumento de forma inmersiva, sin utilizar subterfugios narrativos, suelen suponer un esfuerzo extra; resultan menos amigables que las que nos enganchan utilizando recursos artificiosos. Sin embargo una vez que vamos familiarizándonos con el entorno, personajes, tecnología, hábitos sociales,... cuando están bien hechas, estos elementos comienzan a casar y ganamos una soltura que permite disfrutar del conjunto con un grado de satisfacción adicional. Pero, ¿qué ocurre cuando, por el motivo que sea, esa fluidez, uniformidad, continuidad... esperadas no llegan? Que experimentas justo la sensación que te deja El torreón del cosmonauta. Una novela relativamente frustrante cuyas partes ofrecen muchísimo más que el todo que componen.

Y eso que en su interior hay suficientes elementos como para constituir una de las obras más originales y "explosivas" de la ciencia ficción publicada en los últimos años. Frente al 99% de historias de futuro cercano que nos llegan actualmente, donde el escenario es una simple extrapolación del actual, presenta uno nada posibilista pero sumamente original: una Europa comunista post tercera guerra mundial. MacLeod trasciende el simple mimetismo del sistema soviético, con su Polit Bureau, su KGB, su represión, su guerra fría con EE.UU.... y lo convierte en algo orgánico, con multitud de matices que le dan complejidad y verosimilitud. Asimismo, hay determinados capítulos en los que se despliega un vertiginoso tour de force, lleno de giros, giños, revelaciones, dobles y triples interpretaciones que condimentan un sentido novedoso a lo que ocurre,.... Pero esto no es suficiente para olvidar que, como narración continuada, El torreón del cosmonauta falla. Y es difícil explicar por qué. Porque, por ejemplo, la propia estructura debería haber ayudado.

Estamos ante una novela dividida en dos tramas. Por un lado una que se desarrolla en el siglo XXI, donde Matts Cairns, un gestor de proyectos informáticos perteneciente a un grupo anarquista, se hace con información secreta sobre la estación espacial Mariscal Titov; el lugar en el que se ha realizado el primer contacto entre la humanidad y una inteligencia alienígena, un encuentro que cambiará la existencia en el planeta. Y por otro, a miles de años en el futuro, Gregor Cairns vive en el planeta Mingulay, una sociedad un tanto ajena a lo que ocurre en el resto de la galaxia. Descendientes de los viajeros del primer trayecto espacial fuera del sistema solar, viven en un relativo atraso frente a sus vecinos. Allí Gregor se dedica a la pesca de calamares gigantes para investigar su complejo sistema nervioso, clave para viajar por el espacio y realizar complejos cálculos matemáticos (se han perdido los conocimientos informáticos necesarios para construir ordenadores). Mientras aborda ese fin se topa con una búsqueda de esas "más grandes que la vida": conseguir el secreto de la inmortalidad que atesora una especie alienígena con la que conviven, los saurios.

Ambos arcos se van sucediendo con precisión británica y los cambios de marco están realizados justamente en el momento apropiado para mantener la atención en todo lo alto. Igualmente la información está bien dosificada. No hay ni un sólo capítulo que no aporte información vital para comprender qué está ocurriendo y hacia dónde avanza MacLeod. Desafortunadamente, esa inteligencia resulta fría y un tanto ruin. Fría porque pocas veces las vicisitudes de los personajes consiguen quebrar la gelidez que impregna la narración. Los protagonistas destinados a conducir la historia no pasan de ser unos estereotipos que hacen lo que tienen que hacer sin salirse del guión. Carecen de carisma y los giros que MacLeod usa están más vistos que los de una película animada de la Disney. Cosas como el amor "imposible" entre el cegato de Gregor y una comerciante, en el que el primero no es consciente durante años de lo que siente por él una compañera de trabajo que está para mojar pan, suscitan el mismo interés que cuando se realiza la disección de un calamar. No hay transmisión más allá de la mera sucesión de acontecimientos. 

Y ruin porque los datos necesarios para componer el cuadro se proporcionan a un ritmo tan ceremonial que no escasean los momentos en los que el abandono es una opción muy clara. Pocas veces hay una dirección nítida en el curso de los acción y sensación de progreso. Y cuando se intuye una pizca de ambas no suponen una diferencia sustancial frente a lo anterior.

Los escenarios también se quedan a medias. El primero, ya esbozado al comienzo de este comentario, es vívido y conjuga con habilidad la política ficción, el cyberpunk, las historias de primer contacto, el thriller tecnológico y la novela de espías. Pero el segundo decae en un tópico tras tópico carente de personalidad que mayormente deriva entre la más rutinaria novela rosa y el debemos encontrar el santo grial sin chicha. Y teniendo en cuenta que la novela no escapa a ser la primera de una trilogía que te deja bastante colgado, sin cerrar del todo lo planteado, a más de uno (y de dos) le puede desanimar a la hora de considerar si seguir con las que faltan o detenerse aquí.

En mi caso, a pesar de esta decepción, espero poder leer en un tiempo relativamente breve Luz oscura, su continuación. Veremos qué tal lo hace después de este primer round nada exitoso.

© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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