Neverness
David Zindell
Júcar
Neverness
1988

Junio de 1990
Traducción de Rafael Marín
502 páginas
Ilustración Antoni Garcés

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Con eso de que me han operado recientemente por una tontería que me ha tenido una semana en casa, he aprovechado para leer más de lo habitual, sobre todo ensayo, un género que tenía apartado desde hace meses. Entre las novedades he metido algún libro que ya había leído hace años, con ganas de verificar las buenas sensaciones que me produjo o, en el camino, descubrir aspectos que entonces se me pasaron por alto. Ya se sabe que aunque el libro siga siendo el mismo el lector cambia apreciablemente. Uno de esos "insertos" ha sido Neverness, del que poca gente suele hablar a pesar de que los estudiosos de la ciencia ficción acostumbran a tenerlo en cuenta a la hora de realizar sus recomendaciones. El no haberse llevado ni un sólo premio (salvo un Gigamesh) en esas loterías que se celebran cada año o que su autor sea un completo desconocido han hecho lo suyo. A su vez, aquí en España fue publicado en una colección muy normalita con una distribución horrible en pleno boom de los 90, que además no fue saldada posteriormente.

Se suele calificar a Neverness como el Dune de finales del siglo XX, y aunque gusto de discrepar con este tipo de afirmaciones, escondiéndome en unos cuantos detalles ciertamente pedantes que remarquen mi hecho diferencial, es una frase relativamente afortunada. Aunque el libro de Zindell no tiene excesivos puntos comunes con la mejor (y para mi única buena) novela de Frank Herbert, los que comparte están muy ligados y borda algo que en Dune estaba siempre presente: la epopeya familiar en ambiente extraño. Aunque, todo sea dicho, Zindell trasciende este esquema para entrar de lleno en un terreno que lo liga con una de las tradiciones más grandes de la ciencia ficción y tristemente olvidada hoy en día: la prospección de futuro/filosófica, nacida con La máquina del tiempo de H. G. Wells, llevada a su máximo esplendor por el gran Olaf Stapledon y continuada, con algunas luces y muchas sombras, por Arthur C. Clarke.

El protagonista de Neverness es Mallory Ringness, piloto de naves luz recién salido de la academia y dispuesto a comerse el mundo. El viaje por el espacio en este futuro a miles de años vista se realiza en las llamadas naves luz, dentro de las cuales los pilotos se conectan a un ordenador que amplifica sus cualidades y les permite manipular las leyes de la física. Así, doblan el espacio y surcan la galaxia en viajes que, de otra forma, tardarían milenios en poder realizarse. Ringness es un joven inteligente, vanidoso y prepotente, con un deseo muy claro: ser el más grande de toda la Orden de Pilotos. Para ello entrará en competencia con su tío Soli, Lord Piloto y el mejor navegante de esa época. La única manera de atraer sobre sí la atención es realizando una hazaña suicida a la que nadie ha sobrevivido: introducirse en el interior de la Entidad del Estado Sólido, una nebulosa sintiente que se ha tragado a todo aquél que ha entrado en su interior. Lo que no sabe es que en su interior descubrirá un objetivo todavía mayor que va a cambiar por completo su vida y la de toda la humanidad.

Las 150 primeras páginas en las que se desarrolla esta sinopsis constituyen un luminoso festival de ideas donde se dan mano el space opera aventurero más cinético con la prospección futura a lo Stapledon, presentando toda una serie de mundos apenas perfilados que gozan de una autenticidad que muchos otros no habrían conseguido en una par de trilogías. Esta visión "estroboscópica" del universo es lo suficientemente marciana como para suspender la incredulidad del lector y sacarle de su antropocentrismo pero lo bastante cercana como para no perder conexión con lo que conocemos.

Y cuando todo apunta a que va a seguir ese mismo estilo, con una historia de esas que acostumbran a etiquetarse como más grandes que la vida, repleta de cuestiones trascendentes y reflexiones incisivas, Zindell pega un requiebro brutal para girar hacia la ciencia ficción antropológica, con toda la familia Ringness yéndose a vivir con una tribu de homínidos que parecen ser la clave del asunto. Este cambio, que no es el único que se encuentra en Neverness, convierte la lectura en una experiencia ligeramente agridulce y deja entrever que la estructura sobre la que se asienta la narración está poco meditada.

Ojo. Su reconstrucción de la vida en la tribu es consistente, realizando una curiosa mezcolanza entre las vivencias del pueblo esquimal y la de los Neandertales que hemos podido leer en los libros de William Golding o J. M. Auel. También irrumpe el drama, con unas dimensiones e intensidad que dejan a algunas tragedias griegas como un juego de niños, lo que permite observar la fina barrera que nos separa de la barbarie. Pero la transición de todo lo anterior hasta este momento resulta excesivamente brusca y no tiene más sentido que llevar al grupo de personajes allí porque el titiritero que gobierna sus hilos así lo quiere, lo necesite la trama o no. Porque desde el mismo comienzo del giro está claro que es un callejón que no conduce a ningún lugar más allá de sublimar los padecimientos del protagonista.

La sensación se acrecienta con el retorno a la civilización, donde Zindell se pierde en una serie de capítulos que sirven para llenar más huecos del universo que está dibujando y los pintorescos seres que la pueblan, pero que dejan la novela sin un timón cuando más lo necesita. Sólo en el último tercio, cuando el space opera se desata y se especula de nuevo sobre las ideas que se encuentran detrás de la pregunta planteada, recupera el pulso y vuelve a apabullarnos a base de su receta de especulación filosófica, aventura espacial, indagaciones antropológicas, descripción de ambientes, saga familiar,... Eso hace un poco más triste la escasa homogeneidad de la que hablaba, y que priva a Neverness de ser la grandísima obra que podría haber sido.

La ciencia ficción es un género en el que cada vez abundan más las historias que no buscan otra cosa que mantenerse fieles a sí mismas. Se habla sobre la sociedad en la que vivimos o cierto cachivache que puede cambiar nuestra vida, se plantea un juego intelectual que active nuestras neuronas,... O directamente nos solazan con una aventura venial que al final nos deja en el mismo lugar del comienzo. Apenas se escriben libros que aporten un poco de conocimiento sobre lo que somos o establezcan una serie de cuestiones que nos fuercen a pensar sobre lo que sabemos o podemos llegar a saber. Por eso esta desmesurada primera novela merece una detenida lectura y, aunque esté lejos de la perfección, merece un lugar junto a Solaris, Hacedor de estrellas, El fin de la infancia o Jinetes de la antorcha.

© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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