Estación Hawksbill
Robert Silverberg
Plaza & Janés
Hawksbill Station
1968

Mayo de
2000
Traducción Antonio Prado
223 páginas
Ilustración Jordi Forcada

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fue curioso lo que ocurrió con la colección Mundos imaginarios sacada hace unos añitos por Plaza y Janés. Nacida con vocación de convertirse en la heredera de Ultramar en el sector del libro de bolsillo, ofrecía un repertorio de autores bastante conocidos con algunos títulos bastante interesantes, caso del único Dick inédito de su "etapa potente" o una de las mejores antologías de Theodore Sturgeon, claro candidato a ser uno de los mejores cuentistas del siglo pasado. Sin embargo los seis primeros ejemplares pasaron con más pena que gloria por las librerías de nuestro país, amenazando seriamente la viabilidad de la propia iniciativa.

Lo que poca gente sabe es que hubo una segunda remesa que por obtusos motivos editoriales no fueron distribuidos en nuestro país para ser vendidos exclusivamente en hispanoamérica, por lo que aquí no se vieron... hasta hace unos meses cuando ciertas librerías, caso de Gigamesh o Miraguano, comenzaron a importarlos a un precio un tanto elevado para ser libros de bolsillo (9€). Y es una pena que hayamos tenido que esperar porque algunos de los títulos, como éste del que ahora hablo o la antología de Zelazny, habrían dado mucho que hablar.

Estación Hawksbill es una de esas obras cortas y concisas cuya lectura tan necesaria se hace hoy en día cuando los libros que bajan de las 300 páginas comienzan a escasear. Su argumento se sitúa a comienzos del siglo XXI donde en unos EE.UU. con un gobierno totalitario los disidentes políticos son exiliados a una prisión de la que es imposible la fuga: está situado en pleno periodo cámbrico hace mil millones de años, cuando la superficie del planeta era un inmenso erial de rocas apenas erosionadas y la única vida residía en los mares.

Silverberg escinde en dos el hilo narrativo. En la que podríamos considerar como principal cuenta la vida en el penal, cómo los presos gozan de una libertad que no es tal mientras el paso del tiempo mella su cordura y va venciendo poco a poco su determinación por salir adelante. Mientras, la otra, insertada en la primera con bastante naturalidad, nos desvela qué llevó al personaje central hasta ese lugar y cómo de ser alguien apenas interesado en la revolución pasó a convertirse en su más consecuente cabecilla.

De nuevo el foco en torno al cual desarrolla su obra se sitúa en la formación y evolución de la personalidad del protagonista y en su adaptación al medio tan agreste como al que tiene que enfrentarse. Además esta vez, lejos de las búsquedas más espirituales e interiores en que solía enfrascarlos en algunas de sus títulos más significativos como Tiempo de cambios o Regreso a Belzagor, decide sacar partido a todo el ideario político de la época, en plena guerra del Vietnam, y resulta especialmente contundente a la hora de hablar tanto del anquilosado sistema de su país como los excesos en los que ya ha caído varias veces.

Y a pesar de que han pasado más de treinta años desde su publicación inicial y que el futuro que expone no se produjo ni por aproximación, está de alarmante actualidad porque hoy en día tal lugar existe en un lugar de Cuba llamado Guantánamo. Allí se ponen en práctica comportamientos como la privación sensorial en los interrogatorios o se vulneran derechos tan básicos en la defensa de un preso como el hábeas corpus o la acumulación de pruebas con conocimiento del acusado, comportamientos que son denunciados con tenacidad y solvencia por un Silverberg extrañamente profético.

© Ignacio Illarregui Gárate 2002
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