El texto de Hércules
Jack McDevitt
Nova
The Hercules text
1986
Marzo de 1991
Traducción Paula Tizzano
470 páginas
Ilustración Juan Giménez

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Novelas escritas con "receta" las hay a millares. No hace falta ir muy lejos para encontrarlas, sean en el género que sean, y su existencia no es nada nociva. Yo mismo suelo utilizar una bastante rígida para escribir estos comentarios que voy subiendo a la página. Sin embargo la receta debe tener algo más que una suma de ingredientes y la manera en que se deben cocinar para que el resultado final funcione.

Tomemos El texto de Hércules como objeto de análisis y veamos qué encontramos en su interior. Su idea central es uno de esos temas recurrentes al que varios escritores vuelven todas las décadas para ¿poner? su granito de arena: el primer contacto con una inteligencia extraterrestre a partir de un mensaje que nos ha enviado. Obviamente tal acontecimiento se nos tiene que contar, así que Jack McDevitt arranca con ese momento, en el que un observatorio de la NASA (¿quién si no?), al estudiar un solitario quasar en medio del vacío interestelar, descubre un comportamiento anómalo que terminará deviniendo en el llamado Texto de Hércules, 23 millones de caracteres que habrá que descifrar para descubrir qué conocimientos hay en su interior.

Bueno, antes de que esto ocurra, observamos cómo cumple con otro de los pasos necesarios: insertar gotas (más bien calderos) de culebrón en la vida del personaje principal sin que venga muy a cuento. La presentación de su protagonista, Harry Carmichael, no se hace con una conversación normal con sus compañeros de trabajo o con una mera descripción física acompañada de un desglose de su carrera, habilidades deportivas o dotes amatorias. No, se nos introduce a través de sus obligados problemas conyugales y la diabetes galopante de su pobre hijito.

Hoy en día resulta imposible encontrar una novela de este tipo sin que a las 2 páginas aparezca el primer contacto con lo que Julián Díez ha venido en llamar "historias de divorciados en el espacio", un pseudogénero que tiene a Greg Benford o Robert J. Sawyer como más reputados miembros y al que McDevitt presenta su candidatura. El primer capítulo hace que te plantees si es imposible encontrar en el universo literario hard personas normales que disfrutan de sus parejas o tengan hijos corrientes, de los que van a clase sin correrse ni una sola y a salvo de cualquier enfermedad.

Una vez recibido el mensaje, aparte de toparse con el típico escepticismo del jefecillo cargante de turno (en las instituciones investigadoras la inteligencia muere cuando se asciende en el escalafón), se forma un grupo heterogéneo encargado de descifrarlo. Para que el lector tenga un representante "normal" entre ellos, alguien con sus mismos conocimientos de ciencia moderna que se pueda utilizar como interlocutor para las explicaciones pertinentes, se introduce a dos personajes con calzador. Primero al propio Carmichael, un físico que ha olvidado todo lo que aprendió en su etapa de formación (lo que hace que te preguntes qué narices hace trabajando en un lugar como ese), el hombre gris en el meollo del asunto que hará las preguntas pertinentes para que todo quede explicado (como si entre físicos hiciese falta explicar qué es el Demonio de Maxwell), y a una psicóloga que, salvo su misión de intermediario, hace más bien poco.

A partir de ese momento comienza lo realmente interesante del libro: el desentrañamiento del mensaje y debatir sobre la conveniencia de hacer público el texto al resto de los países o al simple ciudadano de a pie. En este apartado juegan un papel fundamental dos estamentos que no podían faltar a la cita: el gobierno de los EE.UU. y la Iglesia en sus diversas ramas. El primero, cómo no, obstaculiza a los investigadores todo lo que puede, intenta producir un arma a partir de los conocimientos encerrados en el mensaje y mete la pata más que Sofía Mazagatos en un certamen cultural. Los segundos proporcionan el matiz metafísico al mensaje, la búsqueda de Dios en la creación.

Ingrediente tras ingrediente se repite lo que se ha podido leer en otros muchos sitios. ¿Se redime McDevitt de ser rutinario mientras hace el guiso? En parte sí. Tiene buenas ideas acerca del mensaje y todo lo que implica su conocimiento, y están contadas con gracia. Sin embargo el libro carece de una estructura que ligue sus partes; las cosas ocurren si ton ni son, al ritmo que McDevitt se acuerda de traerlas a escena, sin continuidad. Tan pronto nos pasamos diez páginas ahondando en los problemas personales de Carmichael y el resto de sus compañeros que no se vuelve a saber nada de ellos durante las 100 siguientes.

Asimismo fuerza mucho la credibilidad al ponernos ante situaciones increíbles, como que un matemático descubra en el texto cómo fabricar un objeto y lo haga en su casita sin ayuda de nadie más. Incluso tiene muchos gazapos. Sin ir muy lejos, Barceló se ve obligado a escribir al final una nota para justificar los más evidentes, que rompen en dos momentos claves la credibilidad del autor. No hay nada peor que encontrar una obra especulativa en la que dos cimientos, en vez de estar hechos de hormigón, se han construido utilizando piezas de lego en mal estado. A lo que hay que unir un aspecto adicional que constituye otro gazapo mayúsculo. Este grupo de macgivers de la ciencia descifran el mensaje creado por una inteligencia ajena a la nuestra en un tiempo record, como si se estuviese resolviendo el crucigrama del domingo por la mañana. Sin llegar al pesimismo inherente a Lem, bien que se podría haber dejado alguna gota de extrañeza, dificultad, complicación,... Pero está claro que viniendo el libro de donde viene, el antropocentrismo optimista es un valor más que asumido.

El texto de Hércules es un libro hecho de retazos, mal cocinado y completamente superado, tanto por historias anteriores como posteriores. Si quieren una novela sobre el trabajo de los científicos y cómo se podrían enfrentar ante un mensaje inesperado, lean Cronopaisaje de Greg Benford; si les interesa el primer contacto con una inteligencia alienígena desde una posición optimista La nube negra funciona mucho mejor por breve, sencilla y veraz; si se sienten atraídos por las reacciones que podría provocar tal hecho en la sociedad mundial busquen La llegada, un ejercicio de estilo que le da sopas con hondas a McDevitt; o elijan una ¿novela? publicada también en la década de los 80, literariamente peor parida, pero mucho más conseguida: Contacto. Muchas opciones que convierten la lectura de este libro en algo difícilmente justificable.

© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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