El sueño del Rey Rojo
Rodolfo Martínez
Gigamesh
2004
Julio
de 2004
218 páginas
Ilustración Juan Miguel Aguilera

Nadie duda que, como reza el artículo escrito por Iván Olmedo para Cyberdark.net, éste es el año de Rodolfo Martínez. Relatos a parte, durante el segundo trimestre de 2004 se han publicado tres libros suyos, algo nunca visto en el mercado de la literatura de género fantástico en nuestro país: dos reediciones, la ecléctica Territorio de pesadumbre y el vibrante pastiche Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos, y este El sueño del Rey Rojo, una novedad con la que retorna a una de sus temáticas favoritas: el cyberpunk.

Antes de comenzar se hace necesario decir que el cyberpunk, con el paso del tiempo, ha devenido en algo más que los tópicos que se encontraban en las obras fundacionales de William Gibson, Bruce Sterling y el resto de sus colegas. Ha captado toda una serie de referencias surgidas a posteriori y que se pueden observar en El sueño del Rey Rojo. Sin embargo ese reflejo llega a un grado de mimetismo tan elevado que acaba siendo una pequeña carga que personalmente, como lector, me ha costado superar. Pero vayamos por partes.

La narración está relatada por Álex, habilidoso navegante de la red al que una serie de circunstancias han conducido hasta una situación al borde de la muerte. Esta tesitura, planteada como un enigma, se concreta a medida que le cuenta a su interlocutor, un viejo amigo, los sucesos en las que ha participado durante los últimos días. Pero Rodolfo Martínez no recurre únicamente al flashback sino que ubica una pequeña parte en el presente, lo que aporta un poco más de información y sube la tensión unos grados adicionales. Ambas secuencias están intercaladas con astucia; las averiguaciones se dosifican de forma apropiada, llegan justo cuando el lector las necesita y estos momentos coinciden cuando lo demanda la propia dinámica de la trama, lo que propicia que se pueda seguir con la justa cantidad de esfuerzo. A este conseguido trabajo, en el que igualmente destacan la más que adecuada extensión o los temas tratados, se unen unos personajes que al principio parecen meros estereotipos pero que, con la acumulación de páginas, cobran vida, ganan riqueza y ofrecen mucho juego.

Sobresalen los dos protagonistas masculinos, Álex y Lúrquer. El primero por su voz enérgica, hastiada, dolida, pesarosa, a ratos abatida, con una acusada tendencia a la digresión. Y el segundo por todos los avatares que le han llevado a ser lo que es o el sarcasmo omnipresente en sus diálogos. Un tanto más desdibujado resulta Andrea, el tercer vértice del triángulo, que en ocasiones no es más que un elemento motivador o una mera cámara a través de la que observar una acción determinante. No quiero olvidarme de las brillantes descripciones de los encuentros sexuales o las conversaciones con una mente múltiple, dos muestras más del buen tono alcanzado por el autor.

Sin embargo, como he dicho al comienzo, a parte de estos innegables aciertos ofrece excesivos lugares comunes que ya hemos visitado en una larga lista de referencias literarias o cinematográficas. Tenemos un mundo virtual con una estructura deudora del visto en novelas como Snow Crash de Neal Stephenson; un uso de los ordenadores para recrear la realidad que nos retrotrae a Ciudad permutación de Greg Egan; un megalomaníaco con unas intenciones y un modus operandi que recuerda a los que hemos visto en "La pared de hielo" de César Mallorquí o El beso de Milena de Paul McAuley;... Un cúmulo de componentes que casan de forma natural pero que apenas innovan.

Para darle de comer a parte es el guiño a Matrix. Vale, está claro que este tipo de historias sobre realidades "virtuales", gente tomando conciencia del entorno donde vive, su intento de escapar al mundo "real",... es tan antiguo como nuestra civilización occidental. Pero la fidelidad de una serie de pasajes al esqueleto argumental recreado por los hermanos Wachosky y su pelotón de acólitos es tan alta (tenemos incluso a los agentes persiguiendo a los "buenos" y el célebre tiempo bala, esta vez debidamente explicado en términos informáticos) que en mi caso "salí" de la novela. Porque, "plano a plano", repite el despertar del Señor Anderson a la realidad. Un jarro de agua fría que amenaza con colmar un vaso que hasta entonces estaba lejos de llenarse.

Se pueden hacer cosas más o menos originales, más o menos basadas en conceptos trabajados con anterioridad en otras obras; es sabido que lo leído, visto, oído, sentido,... pasa al bagaje cultural del que los autores van seleccionando ingredientes y se mezcla convenientemente con su visión personal, obsesiones, miedos, intereses,... Pero tiene que haber un añadido personal, algo que aporte una impronta propia a la historia. Por fortuna Rodolfo Martínez sí que imprime este aspecto con el guiño a Lewis Carroll observable tanto en el título como en las atractivas disertaciones sobre la naturaleza de la realidad, y un giro final recurrente en sus narraciones rescatadas este año por Robel y Bibliópolis.

Después hay pequeños detalles que molestan menos. Por ejemplo queda poco definido el interlocutor de Álex; en ciertos momentos el narrador se olvida que es alguien de su entorno y pasa a hablar con nosotros, lectores de comienzos del siglo XXI a los que hay que explicar determinados detalles de la tecnología que llegará en los próximos años. O que, avanzada la novela, haya un cambio de estilo que traiciona las reglas narrativas marcadas.

 Por esto, El sueño del Rey Rojo queda "sólo" como una lectura amena e inteligente que presenta una buena síntesis de lo que el muchas veces asesinado cyberpunk viene dando en los últimos años. Lo que, en sí mismo, es un triunfo.

Un extracto de este comentario fue publicado como reseña en el número 41 de la revista Gigamesh.

© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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